Si no lees cómics de superhéroes porque crees que son para niños, que son historias simples y sencillas tramas cargadas de acción en las que el bueno siempre gana y acaba recuperándose de sus heridas para combatir el crimen un día más, historias que lees en cinco minutos y las olvidas en otros tantos, tenemos que decirte que en la mayoría de los casos tienes razón.
Pero también te equivocas si piensas eso de todos los cómics que ves en tu tienda habitual en cuyas portadas aparecen hombres y mujeres disfrazados con mallas. Hay excepciones. Hay historias protagonizadas por estos tipos estrafalarios que nos proporcionan mucho más que simple entretenimiento barato. Historias que nos muestran otra faceta de los superhombres, ya sean los archiconocidos por todos u otros creados desde cero para la ocasión. Historias en las que hay mucho más escondido tras los trajes llamativos y las escenas de acción y lucha. Al fin y al cabo, como bien nos dice el maestro Neil Gaiman en el prólogo de este segundo tomo de Astro City, en eso consiste escribir, en trasmitir una creencia, un sentimiento oculto (más o menos) tras las palabras (y dibujos en el caso del cómic) que usamos para dar forma a la historia que contamos.
Hay una lista considerable de este tipo de cómics que os hablamos (Watchmen, Top10, La Visión) que merecería la pena que les echarais un vistazo. Y, por supuesto, el cómic que os traemos hoy es uno de esos ejemplos en los que los superhéroes son mucho más que eso: no dejan de ser personas, con sus problemas, con sus deseos, con sus propios miedos. Su manera de comportarse no deja de ser humana, habiendo todo tipo de personalidades escondidas bajo las máscaras con las que ocultan su identidad. Y de eso, entre otras cosas, trata este cómic de ECC.
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